

Hace poco
aparqué a la altura del número 93 de la calle Velázquez en Madrid. Al volver a entrar
en el vehículo, mi vista se fue hacia arriba y descubrí una placa conmemorativa
en la pared, puesta a Ángel Sanz-Briz por el Ayuntamiento. Me llamó la atención
porque decía “salvó del holocausto a miles de personas en Budapest el año de
1944”. Reconociendo mi incultura, no lo pude dejar ahí e indagué, hay hasta una
película, documentales, estatua... Había salvado a 5.200 judíos de morir en los
campos de exterminio haciendo uso de su valentía, ingenio y determinación. Más
que el famoso Schindler. Se le conoce como “El ángel de Budapest”, ha sido
nombrado “Justo entre las Naciones” obteniendo el reconocimiento de Israel,
Hungría (Cruz de la Orden del mérito) y España (Caballero de la orden de Isabel
la Católica), varias condecoraciones más de otros países y ha sido el primer
diplomático en aparecer en un sello de correos. Un hombre excepcional que hizo
éste y otros grandes servicios a España y a la Humanidad.
Nuestra vida
está repleta de decisiones, las tomamos a diario. A algunos incluso se les paga
por tomar decisiones. Dirigir es tomar decisiones que afectan muchas personas,
incluso a la supervivencia de una empresa o incluso de un país. Las pequeñas
decisiones las tomamos casi de forma automática, sin pensar mucho. Otras
cuestan más.
Llama la
atención la cantidad de personas que no toman decisiones en momentos clave. En
general, la Psicología, Sociología e incluso la Filosofía reconocen
principalmente dos motivos:
- Indecisión: No atreverse a tomar una
decisión. Los motivos son múltiples: Falta de confianza en nosotros, miedo al
cambio, pánico a fracasar, falta de capacidad, perfeccionismo, no saber
realmente lo que uno quiere,… y todo ello mezclado con que la información nunca
es suficiente, las dudas (¿Tendré éxito? ¿Cuento con los medios suficientes? ¿Dará
tiempo? ¿Es el momento adecuado?), la importancia de la decisión, las
emociones,…
- Indiferencia: No tomar una decisión al
no sentirse afectado. No me importa lo que ocurra, no tiene nada que ver
conmigo…
No tomar una
decisión ya es una decisión, es una opción en sí, bien porque pones la decisión
en manos de los demás, bien porque no actuar ante una situación es tomar
partido, bien porque se pospone por diversos motivos la actuación y luego es
tarde,… no actuar también tiene sus consecuencias.

En mi opinión,
el
miedo es la causa fundamental de
no actuar ante una encrucijada. Los tiempos de bonanza han ocultado a personas
con aversión a la toma de decisiones. Cuando todo va bien se nota poco, la
diferencia es ¿podía haber ido mejor? Cuando van mal, se nota más. El río ya no
lleva casi agua y se ven las piedras, no puedes pasar sobre ellas. Debes tomar
decisiones o te estrellas. Entonces surge el miedo, “si giro y me estrello no
seré más capitán o incluso puedo morir, a lo mejor esa piedra de más adelante
no nos hace tanto daño”.
La lástima es
que cuando el bote se estrella, es fácil excusarse “Era imposible, el río
estaba lleno de piedras y nos encontramos con una” Como no se hicieron cambios,
es muy habitual que todo el mundo diga: “Menuda mala suerte, sí, la cosas
estaban difíciles, no se podía hacer nada” Esta postura es la que refuerza a
los que no toman decisiones, “si no haces nada, es más fácil librarte”, ”No es
mi culpa, no he hecho nada”.

La toma de
decisiones entraña un riesgo, multiplicado en tiempos de crisis, donde muchas
veces las opciones son coger la menos mala, la mala o la muy mala (ésta suele
ser la de no hacer nada, terminas directamente estrellándote). El que toma la
decisión se encuentra entonces expuesto, consigue salvar el bote, aunque con
fuertes daños. Él es el responsable de los daños por haber tomado la decisión,
pocos recuerdan que salvó el bote. Además suele surgir el que no toma
decisiones diciendo “si no hubiera tomado la decisión, no habría daños” y es que
el hablar de un futuro hipotético que no ha pasado admite cualquier conjetura.

Justificamos
nuestra inoperancia, nuestra indiferencia. Lavamos nuestra conciencia. El
pecado de omisión no sólo es no actuar cuando es tu obligación, va más allá, es
el no ayudar cuando puedes hacerlo. Todos cometemos a diario este pecado. Al igual
que las decisiones, unas veces son cosas pequeñas y otras son más
importantes. No contentos con esto,
criticamos a quienes se esfuerzan y toman decisiones, a los que arriesgan. Sin
embargo rezamos para que alguien nos salve, criticamos cuando se cometen
injusticias sobre nosotros y los demás no actúan, nos molesta que nos
esforcemos por algo que nos cuesta mucho y alguien que podría hacerlo con poco
esfuerzo se queda mirando. Desde ayudar a alguien que no puede con sus paquetes
a facilitar las cosas a otra persona de otro departamento, ver como otro
departamento va a cometer un gran error y pensar que no es asunto tuyo (cuando
lo es y mucho porque vas en el mismo bote), tomar decisiones difíciles e
impopulares porque no puedes revelar toda la información, …

Si por indiferencia,
indecisión o miedo, Ángel Sanz-Briz y su ayudante no hubieran actuado, 5.200
personas habrían muerto. Nos quejamos de que corren tiempos difíciles (excusas),
su decisión sí fue difícil, el riesgo era alto, la vida no valía mucho en
aquellos tiempos. ¿Cuál es la responsabilidad de todos aquellos que vieron lo
mismo y no hicieron nada? ¿Cuántas personas se podrían haber salvado? No hacer
nada, la omisión es una decisión. Justificar a los que no toman decisiones es
también fomentar que nadie actúe. Criticar a los que de buena fe toman las
riendas e intentan salvar el bote, también es hacer que cada vez haya menos
gente dispuesta a hacer. Sopesemos si nuestro inmovilismo es acertado o se debe
a excusas. Premiemos la toma de decisiones, no todos son capaces de asumir
responsabilidades. Si han sido equivocadas evaluémoslas y enseñemos al que las
tomó para que mejore. Cada decisión que tomamos influye en nuestras vidas y en
la de los demás. “Quien salva una vida salva el mundo entero” (Talmud)
Diego Lias
No hay comentarios:
Publicar un comentario