Discusiones, discusiones
acaloradas, y sin embargo las echo de menos. Se convertiría en mi amigo y era
el Director General Comercial. Fue el que me enseñó de verdad lo que era una
discusión profesional y sus límites. Discutíamos por asuntos en los que las
posturas no eran ni blanco ni negro, nos movíamos en una horquilla gris con
negro a ambos lados y lo difícil era encontrar qué gris era el más claro. Tenía
un “gran coco” para los números. Admito que alguna vez me enfadé personalmente
en el acaloramiento, no porque me dijera algo que no fuera profesional o lo
dijera yo, simplemente porque era joven y a veces la discusión parecía que
tocaba mi orgullo. Siempre sonreía, me daba un golpe en el hombro, soltaba uno
de sus apelativos extraños cariñosos y me invitaba a una cerveza a la salida,
acompañada de unos chascarrillos y unas risas.
Platón decía que debía evitarse
el argumentar apoyándose en la opinión, más tarde su propio discípulo
Aristóteles se desvía de su doctrina y crea su propia teoría de la retórica
sobre el logos, éthos y páthos (La argumentación,
la honradez y la emoción) La argumentación tiene dos vertientes: los valores (la
libertad, respeto por la vida, etc.) y las relaciones causa efecto verificadas.
Los valores, la honradez, la calidez humana transmitida en forma de emoción son
los grandes conectores del entendimiento humano. Somos seres sociales y estamos
condenados a entendernos si queremos estar unidos a los demás. No somos, en
general, fríos y calculadores, involucramos en nuestras relaciones nuestras
propias opiniones para bien y para mal. La vida es convivencia y la convivencia
es negociación. La negociación y la discusión son enriquecedoras, aporta nuevos
puntos de vista y crean nuevas ideas. El conflicto no es dañino, es la
incorrecta gestión del conflicto la que lo es. Son estos errores los que
generan, hablando de forma coloquial, los mosqueos, los malos rollos y las
rupturas. Antes de darnos cuenta, son estos errores, muchas veces tontos, bien
de forma individual, bien en forma concatenada o incluso en forma de “bola de
nieve”, los que crean abismos insondables y hacen que pasemos a tener una exoficina,
una exfamilia, examigos, exclientes…
La Teoría de Juegos, teoría matemática
sobre las decisiones aplicada en multitud de campos, desde la Biología a la Economía,
analiza multitud de escenarios simples que se hacen cada vez más complejos al
incorporar variables. Es curioso, como al sistematizar todas las situaciones,
te das cuenta de que la gente no siempre elige lo que es más beneficioso para
las dos partes o incluso es capaz de perjudicarse a sí mismo por perjudicar a
otra persona. En el juego del “dilema del prisionero” se reflejan este tipo de
situaciones. Se habla de dos personas “egoístas” con sus destinos ligados pero
actuando por separado. En otros juegos, incluso la decisión más lógica no es
tomada por la aparición del “altruismo” al aparecer un dividuo tomando una
decisión que le perjudica por la consecución del bien común. Hay muchos tipos
de negociaciones y muchas variables abren muchas alternativas. En mi opinión la
mayor parte de nuestras relaciones y decisiones sobre ellas, se basan en el
largo plazo o por lo menos solemos pretender que así sea. Estas relaciones generan
estabilidad emocional y una cierta predictibilidad de las acciones eliminando
incertidumbres (las incertidumbres nos generan mucho estrés y eso no gusta)
Existen numerosos métodos de
negociación como el “Método Harvard” centrado en que las dos partes ganen o
técnicas útiles para la negociación como la Programación Neurolingüística (NPL)
Estos son sólo unos ejemplos pero hay otros muchos. En general, en mi opinión
el uso de todo lo que se puede aprender depende de la ética del que lo aplica,
volvemos a Aristóteles. Relaciones en las que una de las dos partes pierde
constantemente no son sostenibles en el largo plazo. La negociación es llegar a
entendimiento, no es una guerra de imposición. Cuando no es así, pasamos a
“reglas de enfrentamiento” como lo llaman ahora en las guerras, y ya sabemos
que en las guerras hay muertos. Es el otro escenario al cual no queremos llegar
porque aunque a veces perdamos el norte, estamos hablando de personas y
objetivos a largo plazo que nos importan. El método Harvard expone que debes
evaluar el “no acuerdo” en una de sus primeras premisas ¿Qué es lo que
perdemos? ¿Qué historia en común dejamos detrás? ¿Cómo nos perjudicamos
nosotros y perjudicamos a los demás jugando al juego del “dilema del
prisionero”?
En una negociación ¿No tenemos claros
nuestros objetivos principales, los accesorios y lo que no es relevante? ¿No
tenemos en cuenta qué puntos accesorios son sensibles a la otra parte y debemos
evitar para no bloquear la negociación? Entonces ¿Por qué nos empeñamos en
poner cuestiones sobre el tapete que no llevan a ninguna parte? ¿Lo haces para
enfadar a la otra parte y bloquear la negociación? Si quieres un acuerdo, ¿No
has perdido el norte y el enfoque? Lo vas a perder todo
“Es cordura provechosa ahorrarse
disgustos. La prudencia evita muchos” (Baltasar Gracián). No seas “bocazas”,
piensa las cosas antes de decirlas, a quién se las dices y cuándo las dices. Se
prudente en lo que dices, cómo lo dices, en tu actitud y tu forma de estar.
Bajar la guardia en estas cuestiones, en cualquier momento del día, no es
relajarse, no es ser sólo imprudente, sino que suele ser desconsiderado con los
demás.
Deja el pasado en el olvido y tu
orgullo en casa, las armas no tienen sentido en un dialogo. Trae y pide
generosidad.
Ten claro qué negocias, para quién
y los límites de lo que puedes negociar. No mezcles tus intereses personales
con los de la empresa o el grupo y menos aún los antepongas. No te comprometas
en cosas que no están en tu mano o tienes que consultar.
Protestar o negociar cosas
inalcanzables cansa a los demás y te inhabilita para otras negociaciones. Las
oportunidades no pasan todos los días. Por el contrario, el negociar pequeñas
cosas razonables es muy posible que te lleve a una negociación en el futuro más
provechosa.
Para llegar a un pleno entendimiento
de la postura de los demás y evaluar correctamente los límites, dicen que debes
conocer a tu adversario. Cambia tu concepto, no estamos en guerra, debes
empatizar. Ser capaz, no ya de saber qué piensa, sino qué siente, qué le hace
ser o actuar de una forma determinada,
cual es su historia, vivirla, saber qué no debes tocar, qué quiere y por
qué.
Cuando se vive una situación en
la que una de las partes no necesita negociar por tener una situación
confortable, la argumentación por la parte demandante debe ser especialmente
cuidada en dos sentidos: la justicia de la demanda y hacer ver los beneficios
del cambio, bien porque no se había percatado o bien porque si no se cambia en
el futuro puede producir una situación perjudicial. Si la demanda es justa, el
de posición dominante deberá reconsiderar ciertos cambios. Ya hemos comentado
qué situaciones en las que siempre pierde uno no son sostenibles. Un hijo
pierde la paciencia si todas sus demandas justas son rechazadas
sistemáticamente. Le sigue la desmotivación y la pérdida de autoridad. Esto no
significa que se acepten las injustas o que aun siendo justas no estés en
posición de poder realizarlas por otros factores. En ambos casos se debe
explicar el porqué.
Es una lástima ver que por
tonterías la convivencia y las relaciones se van al traste. Por discutir cosas sin
importancia, ser inoportunos y en lugares inoportunos, por abusar de los demás
y no empatizar con sus problemas, por olvidarnos con quien nos hemos enfadado,
la historia y vivencias que hay detrás. Lo mejor es no caer en estos errores,
pero si lo habéis hecho, si de verdad consideras que todo el conjunto pesa y
vale la pena, no te preocupes, se puede arreglar. A veces no se trata de pedir
perdón, porque sólo son puntos de vista distintos y distantes, si no son los
importantes que te unen ¿por qué empecinarte en el orgullo de quién es el
ganador? Haced como si no hubiera pasado
nada, si las partes quieren y sin volver a sacar el pasado. Funciona. Es un
buen comienzo. Una cerveza a la salida, acompañada de unos chascarrillos y unas
risas para volver a sentir el calor humano.
Diego Lias
Buenos días Diego: Efectivamente mezclar el orgullo personal en una negociación es un error craso; pero, ¡cuántas veces ocurre!. La prepotencia impide actuar con generosidad. Mantener la cabeza fría da ventajas imperceptibles en las negociaciones, porque permite sintetizar momentos cruciales. Mi experiencia personal me dice que hay que desechar las prisas y que actuar visceralmente sólo redunda en perjuicios.
ResponderEliminar"Dos no discuten, si uno no quiere". Esta frase tan manida es una muestra de cobardía. La discusión, bien entendida, es fuente de vida. La discusión filosófica ha conseguido para el ser humano altos niveles de conocimiento y entendimiento. Llevada al ámbito laboral ¡qué sería de un convenio colectivo sin discusión!¡qué sería de un nuevo modelo sin contrastar opiniones!. Y en la vida, en general, cómo el ser humano podría existir en libertad sin discrepar en el mundo de las ideas. Toda discusión es posible donde hay educación y respeto.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. La verdad es que estoy totalmente de acuerdo con ellos. Las prisas no son buenas, pero creo que es peor aún actuar con la cabeza caliente. La educación y el respeto son la base de una relación sana. Igualmente bueno el resto. Gracias
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