viernes, 3 de julio de 2015

Pecados de omisión. Toma de decisiones.



Hace poco aparqué a la altura del número 93 de la calle Velázquez en Madrid. Al volver a entrar en el vehículo, mi vista se fue hacia arriba y descubrí una placa conmemorativa en la pared, puesta a Ángel Sanz-Briz por el Ayuntamiento. Me llamó la atención porque decía “salvó del holocausto a miles de personas en Budapest el año de 1944”. Reconociendo mi incultura, no lo pude dejar ahí e indagué, hay hasta una película, documentales, estatua... Había salvado a 5.200 judíos de morir en los campos de exterminio haciendo uso de su valentía, ingenio y determinación. Más que el famoso Schindler. Se le conoce como “El ángel de Budapest”, ha sido nombrado “Justo entre las Naciones” obteniendo el reconocimiento de Israel, Hungría (Cruz de la Orden del mérito) y España (Caballero de la orden de Isabel la Católica), varias condecoraciones más de otros países y ha sido el primer diplomático en aparecer en un sello de correos. Un hombre excepcional que hizo éste y otros grandes servicios a España y a la Humanidad.


Nuestra vida está repleta de decisiones, las tomamos a diario. A algunos incluso se les paga por tomar decisiones. Dirigir es tomar decisiones que afectan muchas personas, incluso a la supervivencia de una empresa o incluso de un país. Las pequeñas decisiones las tomamos casi de forma automática, sin pensar mucho. Otras cuestan más.

Llama la atención la cantidad de personas que no toman decisiones en momentos clave. En general, la Psicología, Sociología e incluso la Filosofía reconocen principalmente dos motivos:

  • Indecisión: No atreverse a tomar una decisión. Los motivos son múltiples: Falta de confianza en nosotros, miedo al cambio, pánico a fracasar, falta de capacidad, perfeccionismo, no saber realmente lo que uno quiere,… y todo ello mezclado con que la información nunca es suficiente, las dudas (¿Tendré éxito? ¿Cuento con los medios suficientes? ¿Dará tiempo? ¿Es el momento adecuado?), la importancia de la decisión, las emociones,…
  • Indiferencia: No tomar una decisión al no sentirse afectado. No me importa lo que ocurra, no tiene nada que ver conmigo…


No tomar una decisión ya es una decisión, es una opción en sí, bien porque pones la decisión en manos de los demás, bien porque no actuar ante una situación es tomar partido, bien porque se pospone por diversos motivos la actuación y luego es tarde,… no actuar también tiene sus consecuencias.

En mi opinión, el miedo es la causa fundamental de no actuar ante una encrucijada. Los tiempos de bonanza han ocultado a personas con aversión a la toma de decisiones. Cuando todo va bien se nota poco, la diferencia es ¿podía haber ido mejor? Cuando van mal, se nota más. El río ya no lleva casi agua y se ven las piedras, no puedes pasar sobre ellas. Debes tomar decisiones o te estrellas. Entonces surge el miedo, “si giro y me estrello no seré más capitán o incluso puedo morir, a lo mejor esa piedra de más adelante no nos hace tanto daño”.

La lástima es que cuando el bote se estrella, es fácil excusarse “Era imposible, el río estaba lleno de piedras y nos encontramos con una” Como no se hicieron cambios, es muy habitual que todo el mundo diga: “Menuda mala suerte, sí, la cosas estaban difíciles, no se podía hacer nada” Esta postura es la que refuerza a los que no toman decisiones, “si no haces nada, es más fácil librarte”, ”No es mi culpa, no he hecho nada”.

La toma de decisiones entraña un riesgo, multiplicado en tiempos de crisis, donde muchas veces las opciones son coger la menos mala, la mala o la muy mala (ésta suele ser la de no hacer nada, terminas directamente estrellándote). El que toma la decisión se encuentra entonces expuesto, consigue salvar el bote, aunque con fuertes daños. Él es el responsable de los daños por haber tomado la decisión, pocos recuerdan que salvó el bote. Además suele surgir el que no toma decisiones diciendo “si no hubiera tomado la decisión, no habría daños” y es que el hablar de un futuro hipotético que no ha pasado admite cualquier conjetura.


Justificamos nuestra inoperancia, nuestra indiferencia. Lavamos nuestra conciencia. El pecado de omisión no sólo es no actuar cuando es tu obligación, va más allá, es el no ayudar cuando puedes hacerlo. Todos cometemos a diario este pecado. Al igual que las decisiones, unas veces son cosas pequeñas y otras son más importantes.  No contentos con esto, criticamos a quienes se esfuerzan y toman decisiones, a los que arriesgan. Sin embargo rezamos para que alguien nos salve, criticamos cuando se cometen injusticias sobre nosotros y los demás no actúan, nos molesta que nos esforcemos por algo que nos cuesta mucho y alguien que podría hacerlo con poco esfuerzo se queda mirando. Desde ayudar a alguien que no puede con sus paquetes a facilitar las cosas a otra persona de otro departamento, ver como otro departamento va a cometer un gran error y pensar que no es asunto tuyo (cuando lo es y mucho porque vas en el mismo bote), tomar decisiones difíciles e impopulares porque no puedes revelar toda la información, …


Si por indiferencia, indecisión o miedo, Ángel Sanz-Briz y su ayudante no hubieran actuado, 5.200 personas habrían muerto. Nos quejamos de que corren tiempos difíciles (excusas), su decisión sí fue difícil, el riesgo era alto, la vida no valía mucho en aquellos tiempos. ¿Cuál es la responsabilidad de todos aquellos que vieron lo mismo y no hicieron nada? ¿Cuántas personas se podrían haber salvado? No hacer nada, la omisión es una decisión. Justificar a los que no toman decisiones es también fomentar que nadie actúe. Criticar a los que de buena fe toman las riendas e intentan salvar el bote, también es hacer que cada vez haya menos gente dispuesta a hacer. Sopesemos si nuestro inmovilismo es acertado o se debe a excusas. Premiemos la toma de decisiones, no todos son capaces de asumir responsabilidades. Si han sido equivocadas evaluémoslas y enseñemos al que las tomó para que mejore. Cada decisión que tomamos influye en nuestras vidas y en la de los demás. “Quien salva una vida salva el mundo entero” (Talmud)



Diego Lias





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